El Paso Doble resonaba por la cabeza de Manolo. Manolete, o Manolito, como lo
llamaban sus padres ó sus amantes, seguía dentro del vientre, imerso en la noche anterior al desafio que tenia por delante, en la bestia herida que corneaba las maderas pré-espectáculo.
Esa noche anterior Manolito se la había pasado de largo con su amante, después de haber bailado rico por algunas horas, y se entregó a una noche de amores y sudores con Juanita, entrelezados por una pasión animalezca de larga madrugada.
Manolete estaba y no estaba entero en la arena, pues el baile y el amor de Juanita lo habían transformado y puesto en piel de gallina, emotivo de llorar por algunas veces en los rincones del goce, de descubrir un amor que ni de crianza siquiera se hubiera por recordar.
La bestia herida y pura estaba furiosa a su lado, encerrada y bufando cada vez más, como si fuera dentro de su cabeza. Lo que el no conseguía realizar es que en algunos minutos habría de enfrentarla, en campo libre de la arena, para disfrute de los más de 50 mil vorazes y bestiales humanídeos que lo querían ver cruel y butal.
Pero el estaba Manolito, y entonces escuchó el grito de su Juanita
- Te quiero mi Amor
Y sus piernas temblaron de placer y sudor, un mixto de sensible temblor, parecido a los que había tenido cuando entrelazado estaba ayer entre sus muslos, sus brazos y pechos, y gozaba entre la ternura de la entrega y la carcajada del olvido.
Fue cuando sintió que se mojaba todo, las dos piernas escurridas de urina, que le llegaba a los talones y sus medias – y la bestia seguía bufando, cuernos violentos en contra las maderas del
curral.
Se acordó de cuantas bestias había desafiado, cuantas había herido, y luego finalmente matado. Y se sintió un urinoherido, ahí, ácido en sus gambas mojadas.
E inconscientemente decidió, entregándose al dolor y al temblor, mandarlo todo y todos de la
arena al carajo. Y se desmayó, em medio a la suciedad en que estaba parado